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Image credit: Tim Heitman-USA TODAY Sports

Traducido por José M. Hernández Lagunes

La temporada pasada, las Ligas Mayores vieron su mayor índice de ponches globales, el mayor número de ellos por partido, y el mayor número total de ponches, y todo ello por duodécimo año consecutivo. A estas alturas, el hecho de que los ponchados estén infringiendo cada vez más todos los demás resultados es una noticia vieja. Sin embargo, el reciente aumento ha hecho que la tasa de ponches de la Liga suba siete décimas de punto porcentual en cada una de las dos últimas campañas, hasta llegar al 23% en 2019. Este agudo aumento en las abanicadas se está combinando con la pelota “aerodinámica” para romper uno de los “antiguos” principios de la Sabermétrica: que los strikes son como otros outs, y no deben ser vistos como una sentencia al bateador. Ahora mismo, por primera vez en la historia moderna del juego, importa mucho cuánto se poncha.

Hace 40 años, la tasa de ponches tenía una correlación positiva con la producción ofensiva general, como lo expresa el DRC+ de un jugador. Era tan extrema la preocupación general por hacer contacto que, en todo caso, los mejores bateadores tendían a poncharse más que los más malos, porque probablemente cambiaban ese contacto por poder y paciencia, la cual sus compañeros abandonaban. Durante la mayoría de las temporadas desde entonces, la correlación entre la tasa de ponches y el DRC+ ha sido (intuitivamente) negativa. Hasta hace muy poco, esa correlación tendía a ser muy débil, de hecho, era virtualmente inexistente. En la última década, y especialmente en los últimos años, eso ha cambiado muchísimo. El siguiente gráfico muestra la correlación entre las tasas de ponches de los bateadores y el DRC+.

Esto todavía no representa una correlación extremadamente fuerte. El coeficiente de correlación más fuerte entre la frecuencia de los ponches y el DRC+ fue de -0.30, en 2018. (Dos conjuntos de datos perfectamente correlacionados tendrían un coeficiente de correlación de 1.0, o -1.0.) Aún así, evitar los ponches es ahora demostrablemente importante para los bateadores, hasta un punto en el que eso no era cierto incluso hace seis o siete años. Mucho de esto tiene que ver con que la bola se ha vuelto mucho más viva, ya que eso recompensa generosamente el contacto, pero nótese que en 2014 (la última y más sombría temporada de la flacidez ofensiva que precedió a la pelota adulterada), la correlación entre la tasa de ponches y DRC+ fue de -0.27, empatada con 2019 por la segunda más importante de este período.

Estos coeficientes correlacionales se extraen de la muestra de todos los bateadores que tuvieron por lo menos 200 apariciones al plato en cada temporada. Esa podría ser una elección de muestra problemática, porque cualquiera que bateara por lo menos 200 veces estaba sano y lo suficientemente en forma para merecer tanto tiempo de juego. Aún así, parece justo sacar conclusiones de la tendencia, porque es fría y significativa. Este gráfico de dispersión muestra, para esos bateadores, la tasa de ponches (SOr) y DRC+.

Entre los 25 mejores bateadores de 2019, según DRC+, el mayor índice de ponches perteneció a Pete Alonso, que abanicó el 26.4% de las veces. Suena elevado en el vacío, pero probablemente ni pestañeaste. En una liga con una tasa de ponches total del 23%, un bateador poderoso de élite que se ponche sólo unos pocos puntos porcentuales más a menudo no es impactante. En 1991, la tasa promedio de ponchados fue del 15.2%, pero dos de los cinco mejores bateadores del béisbol de ese año (Danny Tartabull y José Canseco) se poncharon el 21.7 y 22.9% respectivamente. En 2019, cinco de los seis mejores bateadores tuvieron tasas de ponches al menos 2.7 puntos porcentuales por debajo del promedio de la liga.

Las implicaciones para el 2020 aquí son bastante significativas, y no se trata sólo de evitar estar en el extremo superior de la curva de la tasa de ponches. Cuando PECOTA señala a Luis Arráez como el campeón de bateo más probable de la Liga Americana es porque también lo proyecta con un 9.5% de tasa de ponches. Cuando se ve con más escepticismo a Bo Bichette, otro jugador de segundo año que puso cifras llamativas en 2019, es porque lo proyecta a un 23.5% de ponches. Bichette podría conectar la pelota más fuerte y más lejos, e incluso obtener más bases por bolas, y ciertamente corre mejor que Arráez, pero la brecha en sus tasas de contacto es demasiado grande para superarla.

Hay comparaciones potencialmente sorprendentes como estas que se pueden hacer en todo tipo de lugares. La desviación estándar de la tasa de ponches, en la población que estudié, fue del 6.2% en 2019, la más alta registrada. Eso subraya el punto de que la inflación de los ponches es algo de lo que algunos bateadores están evitando, lo que está forzando a los que continúan acumulando abanicadas a hacer más que nunca para compensarlas. Es una brecha difícil de cerrar.

Los reajustes defensivos limitan la capacidad de la mayoría de los bateadores para acumular hits en las bolas en juego, no importa cuán fuerte sean conectadas. La bola adulterada recompensa el contacto, y al mismo tiempo, abarata el poder, de tal manera que la mayor parte del intercambio de contacto por poder vale menos que antes. El desarrollo de los jugadores, basado en la tecnología y en los datos, y el “manipuleo del swing” hacen posible la creación de hábitos mecánicos y un enfoque que maximiza la potencia y la disciplina en la caja de bateo sin sacrificar el contacto o la cobertura al plato. Lo más importante es que hay un cierto punto en el que los strikes se están comiendo inevitablemente la producción potencial, y a medida que la liga se acerca a una tasa global del 25%, parece estar acercándose a ese punto de inflexión. Hacer contacto es una habilidad más valiosa de lo que ha sido en la memoria viviente, en parte porque se está volviendo más raro, y en parte porque se adapta bien al juego moderno.

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