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Image credit: USA Today Sports

Traducido por José M. Hernández Lagunes

El sábado pasado, los Orioles jugaron contra los Blue Jays, y tal y como ocurrió en los dos partidos anteriores de la serie, se encontraban abajo en el marcador, de igual manera que en 43 de los 62 partidos que habían jugado esta temporada. El perder se ha convertido en una mala costumbre para los Orioles, y en este juego, otra derrota parecía inevitable: después de remontar un déficit de 2-0 para empatarlo a 3 en las postrimerías del juego, los Jays llenaron las bases en la parte baja de la 10ma entrada. Habían dos outs.

El juego estaba en las manos de Mychal Givens, quien también fue el responsable de crear la situación. Después de ponchar a Teoscar Hernández al comenzar el inning, Givens otorgó una base por bolas muy clara en cinco lanzamientos a Justin Smoak, para luego permitir un sencillo a Kendrys Morales. Logró que Kevin Pillar saliera con un flyout, dándole un respiro.

Luego golpeó a Randal Grichuk, quien batea .157 con .627 OPS para llenar las bases. Luke Maile entró a la caja de bateo, y ya sabía que iba a pasar. No sólo lo que quería que pasara—claro que quería que ganaran los Jays—pero el resultado específico e inevitable. Givens luchó en encontrar su control durante todo el inning. Yo sentía que lo sabía, al igual que él sabía lo que ocurriría; tenía que lanzar strikes y no lo lograba.

Aunque no era completamente obvio con el primer lanzamiento a Maile, lo  fue con el segundo, y todavía más con el tercero. Cuatro bolas seguidas y los Jays se llevaron la victoria. Justin Smoak trotó lentamente al plato. Los Jays, muy contentos por haber logrado una modesta racha de triunfos después de un miserable mes de mayo, se arremolinaron en el home plate celebrando el heroísmo de Maile; con ojos apesadumbrados y su cara sin mostrar emoción alguna, Givens desapareció en la caseta.

Brinqué desde el sillón y mi humor mejoró por un rato. La transmisión finalizó y me volví a sentar. Al despertar el domingo, los Jays ya tenían una ventaja de 9-1 y ni me molesté en seguir viendo.

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Suena fácil y así debería serlo; tan fácil como decir “no” cuando alguien te pregunta si estás bien, o aceptar un abrazo o un hombro para llorar. Pero por alguna razón no es tan fácil. De hecho es imposiblemente difícil: tan difícil como simplemente vivir, hacer las cosas que debes hacer, las cosas que tienes la capacidad de hacer. Pide ayuda, pide ayuda. Casi parece una mofa.

Lees las historias; no distraen mucho; por todos lados, todos los días, miedo sistemático. La gente muere. Pide ayuda. Aunque quieras, no lo haces. Apaga las notificaciones; apaga el teléfono completamente.  Busca algún lugar para esconderte. Pero no existe, nunca ha existido. Lo has hecho mil veces antes pero, ¿qué no lo sabes todavía?

Debes seguir aunque no puedas, aunque has estado en este mismo estado muchas veces y lo vas a estar otra vez. Piensas cómo es que esto puede seguir pasando de la misma manera, siempre igual. Piensas cuanto puedes aguantar haciendo lo mismo, viviendo las mismas situaciones: la misma incapacidad de hacer lo que debes hacer para seguir.

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Tuve que hacer un esfuerzo para ver un juego de béisbol el lunes. Creo que se perdió una conexión que mi cerebro tenía con mi cuerpo para hacer algo. Algo se perdió. Me tomó media hora apretar el botón en el control remoto. Jugaban los Jays. Perdieron.

Miré el reloj y faltaba todavía como media hora para que empezara el partido de los Mariners. Puse el juego entre los Red Sox y los Orioles—estaba empatado a ceros entrando a la 11ª entrada. Los Red Sox son, obviamente, un mucho mejor equipo que los Orioles; los momios estaban a su favor. De todas formas, pensé, ¿cuáles eran los momios de que los Orioles mantuviesen a los Red Sox sin carreras durante 10 innings? Debía haber algo de esperanza.

Mychal Givens lanzaba para los Orioles nuevamente, y otra vez, no podía lanzar strikes consistentemente. Caminó a J.D. Martínez con dos outs y dos hombres en base para llenarlas. Al momento en que Mitch Moreland entró en la caja de bateo sentí lo mismo que cuando Maile llegó al bate el sábado.

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Eres un mero observador de tu propia vida, una vasija vacía a la cual le pasan cosas. Tu visión es limitada, como si miraras a través de tus propios dedos aunque tus ojos estén bien abiertos. Te quieres levantar pero no puedes, aunque, obviamente, si puedes. Debes tomar tu computadora y hablar con alguien—debes hablar con alguien hoy. Las personas estamos destinadas a hablar entre nosotros. Ábrete, te dices, pero no es tan fácil. Lo has hecho muchas veces antes. Sólo pide ayuda, pide ayuda, pide ayuda. Al menos debes ser capaz de hacer eso.

Pero no lo eres, aunque lo eres y lo sabes. Todas las opciones están abiertas para ti pero no puedes hacer nada.

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Mychal Givens ha sido un muy buen lanzador durante su carrera en Ligas Mayores. Ha demostrado ser versátil, capaz: primero cuando fue transformado en lanzador cuando era shortstop, y después al adoptar una gran variedad de roles en el bullpen. Cuando hizo su debut en 2015, brilló con un 1.80 ERA en 30 innings, una tasa de ponches de 32.5% y 5.1% de tasa de bases por bola. Tuvo un 2016 estupendo e igual en 2017.

En 2016, Givens enfrentó a cuatro bateadores con las bases llenas y dos outs. No otorgó carrera limpia alguna y ponchó a tres de ellos. En 2017, Givens nuevamente enfrentó a cuatro bateadores con las bases llenas y dos outs. No otorgó carrera limpia alguna y ponchó a dos. Se paró en la lomita enfrentando a Moreland el domingo en una posición familiar. Solamente necesitaba tres strikes y se acababa el inning. El resultado estaba en sus manos.

Bola uno. No puede lanzar un strike. Bola dos. Ay dios mío, no puede lanzar strikes. Bola tres. Está ocurriendo otra vez. En la transmisión, los comentaristas de los Red Sox mencionaron lo que ocurrió el sábado, el cómo estaba pasando lo mismo aquí: Givens, con las bases llenas y dos outs, dando la carrera del triunfo con una base por bolas en extra innings. ¡Qué chistoso!

Lanzó tres bolas rápidas. Moreland abanicó y falló—ni siquiera estuvo cerca de conectar, con su cuerpo contorsionado y una rodilla pegando en el suelo. Givens brincó y golpeó su guante. Con un estruendoso rugido bajó del montículo, la imagen opuesta de lo que ocurrió el sábado.

Sentí su alivio: la viva emoción del desafío.

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El siguiente inning, volvió a llenar las bases. Dos flies de sacrificio trajeron las únicas carreras que los Red Sox anotaron—las únicas que necesitarían anotar. Lo Orioles perdieron nuevamente. Me quedé donde estaba.

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