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Image credit: Crédito: Wikimedia Commons

Traducido por Marco Gámez

Es la primavera de 1972; se nota porque hay hombres al fondo, usando pantalones rojos de cintura alta. Wilbur Wood está congelado en acción, a pesar de contener la menor energía potencial de cualquier hombre jamás. La iconografía esperada es la del lanzador, después del envío, con el guante levantado, listo para defender su posición. Por el contrario, su brazo izquierdo, encerrado en una chaqueta de calentamiento arrugada debajo de su uniforme, cuelga inerte del hombro. Tiene las mejillas hinchadas, pero es imposible saber si es por el tabaco o por el libertinaje de la noche anterior. Sus ojos están cansados ​​y aburridos al mismo tiempo, un nivel de cansancio marcado por el sol que sólo es posible en una generación mayor de jugadores de béisbol, de esos que pasaron su infancia fregando cucharones de fundición, fumando paquetes enteros de cigarrillos a diario, o ambas cosas. Este no es un hombre que está jugando un juego de niños. Este es un hombre que está trabajando y preferiría estar fuera del trabajo.

Wood jugó y lanzó como si viniera del siglo XIX. Un bebé, con un bono, que llegó a las Mayores cuando era adolescente y nunca pudo establecerse con los Red Sox de su ciudad natal, ni más tarde con los Pirates. No fue hasta un intercambio con los White Sox y junto a su mayor mentor y apagafuegos Hoyt Wilhelm, que Wilbur Wood se convirtió en Wilbur Wood. El joven había practicado el lanzamiento de nudillos durante años, entonces Wilhelm se sentó con él y lo ayudó con algunos de sus puntos más importantes: un movimiento exagerado, para darle más caída al lanzamiento y bloquear la muñeca en un empuje rápido, seguimiento que impedía cualquier giro que pudiera hacer dar revoluciones a la pelota. Durante dos años, Wood se asoció con Wilhelm para proporcionar el tándem de relevo más lento y uno de los más efectivos del béisbol. Cuando el miembro del Salón de la Fama se fue, Wood asumió el cargo de bombero, salvando 52 juegos entre 1968 y 1970.

La bola de nudillos siempre ha conllevado no sólo una mística, sino también un sentido de fraternidad. A diferencia de los cutters de tres dígitos de velocidad y los sweepers tipo plato volador, producto de premios genéticos y entrenamiento interminable, la bola de nudillos parece algo que cualquiera debería poder hacer. Y cuando se vuelve obvio que no es algo que cualquiera puede hacer, la inclusión es reemplazada por una exclusividad invisible: que estos hombres dotados de este talento son diferentes, pero de una manera que no se puede caracterizar ni predecir.

Hemos llegado a aceptar la muerte de la bola de nudillos, su espíritu, sin entender realmente por qué está muriendo. Es una sensación de movilidad ascendente perdida, la idea que se desvanece de que nosotros también podríamos tener algo escondido dentro de nosotros, al alcance de la mano. Nuestras celebridades y nuestros deportistas ya no son hijos de comerciantes, sino millonarios. La cantidad de tiempo y dinero que se necesita para ser especial es tan grande que ya es demasiado tarde para muchos de nosotros, e incluso para nuestros hijos; hay que mirar hacia delante a las futuras generaciones para ver oportunidades.

Incluso en la época de Wood, a menudo era demasiado tarde. En 2019, Mark Liptak entrevistó a Wood, quien explicó lo que les dijo a tantos lanzadores que se le acercaron en sus momentos de problemas:

Mira, si estás tratando de aprender ese envío porque has tenido una lesión, es demasiado tarde. Cuando aún estaba activo solía ​​recibir muchas llamadas de lanzadores que se lastimaban y me preguntaban sobre cómo lanzarlo. El nudillo no es algo que se aprende de la noche a la mañana. Lo tiré durante años, desde que estaba en la secundaria. Se necesita mucho tiempo para acostumbrarse. ¿Qué organización de Grandes Ligas le va a dar a un lanzador tres o cuatro años para dominar ese tipo de envío?

La bola de nudillos no es un tipo de lanzamiento para alguien que experimenta. Como Wilhelm le dijo a Wood en 1966, cuando el joven Wood luchaba por ganar confianza con el lanzamiento, o lo lanzaba todo el tiempo o no lo lanzaba en absoluto. Había que especializarse, pero esa especialización no era como la que caracteriza la formación moderna. No se trata de exigir una fracción más, un pelín extra. Tienes que aislarte de todos los demás futuros, mucho antes de que puedas saber lo que te deparan y decidirte por éste. Hoy en día no siempre se puede esperar que una persona de 25 años se decida por una profesión.

Esta es la razón por la que la bola de nudillos es tan romántica: siempre se ve como un último recurso, todas las fichas se introducen, ignorando el hecho de que los verdaderos nudillistas exitosos tenían este plan de escape trazado con mucha antelación. Para Wood, después de cinco temporadas fallidas en Grandes Ligas, era la única opción y la correcta. Era, en esas cursivas invisibles, un lanzador de nudillos. Pero incluso entre ellos él fue especial. Lanzó más lento que los hermanos Niekro y Hough e incluso que el cuadragenario Wilhelm. Lo lanzó para conseguir strikes; sus 2.4 bases por bolas por cada nueve entradas fue el mejor promedio de cualquier practicante moderno del envió de la mariposa. Necesitaba menos lanzamientos y podía lanzar más. Y tenía, encerrado en ese mismo código, una resiliencia particular que lo hacía no sólo grande, sino único.

Ocasionalmente un jugador conmociona el beisbol. Muestran algo de talento, alcanzan números increíbles como un eclipse solar o una lluvia de ranas. Desorientan, incomodan. En ocasiones, estos arrebatos son simples y directos, como la carrera récord de cuadrangulares en 1998 o la destrucción causada por Ohtani gracias a la inalcanzable temporada 50/50. A veces es más sutil: cuatro veces, un lanzador ha registrado una efectividad superior al promedio después de los 45 años; Wilhelm rubricó tres de esos registros y Satchel Paige el cuarto. El superpoder de Wood era aún más imperceptible que eso. En 1971, una lesión durante la primavera (y la resistencia de Wood, que impidió que fuera canjeado) lo trasladaron a la rotación abridora. Wood dijo que prefería ser relevista; le gustaba llegar al estadio creyendo que podía lanzar en cada juego. También hizo todo lo posible para tener éxito como abridor.

Durante las siguientes cinco temporadas, promedió 45 aperturas y 336 entradas al año. Ganó 106 juegos (sólo 12 abridores activos tienen más que ese número en sus carreras) y lanzó más entradas que Jacob deGrom en sus 11 temporadas en las Grandes Ligas. Acumuló más rWAR (39.1) que Fernando Valenzuela, Jake Peavy o Catfish Hunter en sus vidas. Simplemente estando allí y lanzando strike tras strike, cada cuatro días y, a veces, cada tres si la situación lo requería.

Son cifras ridículas, cifras de la era de la pelota muerta, hasta tal punto que es fácil ignorarlas como una especie de anacronismo, teletransportado a la actualidad. No hay en línea ningún video de él lanzando, y si lo hubiera, habría sido destruido. No encaja en el béisbol. Fue el último lanzador en trabajar 345 entradas en una temporada, en iniciar 45 juegos, en abrir ambos juegos de una doble cartelera. Fue el último de su especie, en el sentido de que fue el único de su especie.

Si hubiera disfrutado del camino tranquilo del anciano lanzador de nudillos, probablemente hoy estaría en el Salón de la Fama, de la misma forma en que Wilhelm llegó allí. Pero tan pronto como se convirtió en Wilbur Wood, se detuvo nuevamente. Recibió un rebote en la rodilla y se la fracturó; semanas antes del final de la temporada, se resbaló en un trozo de hierba mojada y se la volvió a romper. Cuando volvió a la acción al año siguiente, admitió que no era él mismo. Siguió preparándose para el siguiente batazo inatrapable fuerte, levantando el guante demasiado rápido y soltándolo un instante demasiado pronto. Su bola de nudillos sufrió y, en poco tiempo, todo terminó. Fue uno de los mejores lanzadores de las Grandes Ligas durante nueve años, cuatro de ellos en relevo. No duró lo suficiente como para sumergirse en las historias.

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