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Image credit: Neville E. Guard-USA Today Sports

Traducido por José M. Hernández Lagunes

No deberían poner nombres en las camisetas. Ni en las portadas de los discos ni en los carteles de las películas. Por supuesto, hay una buena razón para hacerlo; las marcas han existido desde que Aristófanes se burló de Sócrates y mandarlo directamente a la Casa de Hades. La película Super Mario Bros. recaudó un cuarto de quintillón de dólares en taquilla no a pesar de que Chris Pratt sonara como si se hubiera despertado drogado y atado en una cabina de grabación y le hubieran dicho que “hiciera italiano” o de lo contrario no volvería a ver a sus seres queridos: recaudó tanto gracias a él, porque los productores de cine pueden establecer una correlación entre la familiaridad y previsibilidad de su actuación y los ingresos en taquilla, y pueden hacerlo y mantener sus puestos de trabajo porque tienen razón. Los nombres lo son todo.

Lo cual es lamentable para los partidarios de la “muerte del autor”, como yo, que preferiríamos acabar con el sesgo tradicional del fanatismo y el control que siempre parece acompañar a la intención autoral. El arte es lo que nosotros hacemos de él, y el artista no tiene por qué decirnos lo que tenemos que sentir. Lo hacen, por supuesto, y generalmente lo consiguen, debido a la marca antes mencionada, al atractivo del pertenecer y al arte secundario que crea una identidad a partir del consumo. Nuestro bando libra constantemente una batalla perdida. Pero en el fondo sabemos que no deberíamos creérnoslo todo. El nombre no debería importar; lo que uno hace debería importar, aunque nunca lo haga del todo.

Pero aunque el nombre es vital para los ingresos de un artista, tiene un precio: la fama te atenaza. La gente cambia, pero su arte y sus logros no. Y, con el tiempo, todos esos admiradores volverán y exigirán el resto de lo que se les debía, la parte del trato que nadie alcanzó técnicamente: que continuaría, para siempre. Que todo el mundo seguiría siendo joven para siempre. Después de todo, la mano invisible exige una quinta película de Fantastic Beasts que nadie quiere hacer o ver, pero que de alguna manera superará su presupuesto en un 50%.

Cody Bellinger ya no es joven. En muchos sentidos lo parece; no recibió un nuevo contrato con los Dodgers durante la temporada invernal pasada, fue uno de los miembros más jóvenes de la clase de agentes libres 2022-23, e incluso si las curvas de envejecimiento tradicionales están un poco desactualizadas, no está lejos de su mejor momento físico. Pero comparado con Cody Bellinger, Cody Bellinger no es joven. Las células, los tendones y los cartílagos pertenecen a una persona diferente de la que se llevó a casa el premio al Jugador Más Valioso de la Liga Nacional hace cuatro años. En cierto modo es una suerte que si su camiseta comparte nombre con aquel hombre, al menos los colores sean un poco diferentes. Pero las expectativas nunca se disiparon del todo, ni siquiera en el mercado, lo que se tradujo en un contrato de un año que apostaba bastante fuerte por una temporada de recuperación.

La caída de Bellinger de los cielos estadísticos es inusual, pero difícilmente única, especialmente para los grandes que eran famosos por sus espaldas adoloridas. Don Mattingly, cuyos propios problemas de espalda podrían haber sido presagiados por la forma en que se encorvaba sobre el plato como para esconderse en una multitud, acumuló un ISO de .198 hasta su temporada de edad-28, y sólo .119 en sus últimas seis temporadas. En el caso de Mike Greenwell, nunca considerado un bateador potente, su ISO fue de .190 hasta los 25 años y de .143 después. Todd Helton, ayudado en cierta medida por Coors, obtuvo un ISO de .277 hasta su última temporada de All-Star a los 30 años, momento en el que aparecieron los problemas de espalda. Esa cifra descendió a una marca igualmente elevada de .166 durante la década siguiente.

En estas circunstancias, es difícil separar los problemas de los intentos de solución. Bellinger, notable por su proclividad a reajustarse, revisó su mecánica en repetidas ocasiones, tratando de recuperar su forma mientras se adaptaba a un cuerpo diferente. Y ahora, con los Cubs, parece (con las habituales disposiciones sobre muestras pequeñas leídas en voz alta, como lo que se le recita a quien es arrestado, cuando llegamos al análisis) como si estuviera haciendo otro ajuste, uno que casi todo el mundo aprende a hacer: comprender su propio envejecimiento.

Año %pelotas jaladas Ángulo de salida EV promedio Swing-O% Contacto-O%
2019 47.9% 17.9 91.1 26.8% 69.5%
2020 45.6% 16.6 89.3 26.9% 71.4%
2021 45.1% 22.2 89.3 35.2% 65.6%
2022 47.2% 20.3 89.4 34.5% 68.6%
2023 51.9% 18.3 87.3 31.2% 83.3%

El nuevo enfoque de Bellinger es un poco contraintuitivo. A diferencia de Mattingly o Greenwell, quienes utilizaban posturas cerradas y enroscadas y manos rápidas para dar la vuelta a los lanzamientos, Bellinger sigue erguido, presentando toda su estatura de 1.95 metros en la zona de strike. Siempre ha sido capaz de hacer esto porque puede hacer palanca con sus largos brazos para jalar lanzamientos afuera aparentemente imposibles, y lo está haciendo más que nunca. Pero mientras que asociamos a los zurdos que jalan con swings de cuadrangular, especialmente Bellinger, que ha conectado tantos lanzamientos por los suelos en el pasado, eso no es lo que está haciendo este año.

Aquí hay un par de ejemplos del viejo Bellinger:

Ninguno de los dos son malos swings, desde el punto de vista de la toma de decisiones. Ambos están en la zona de strike, y ambos vienen con él detrás en la cuenta. Ambos también llegan a la misma conclusión: débiles roletazos de dos saltos hacia el inicialista. Y ahora, el Bellinger de 2023:

Nadie va a pintar ninguno de estos swings para colgarlos sobre la chimenea, pero el tipo con la camiseta de los Cubs mantiene más las caderas dentro, mientras que el de los Dodgers volaba abierto e intentaba sacar los 350 pies de sus antebrazos. Este swing es más controlado, más limitado y más productivo.

En cambio, Bellinger está jalando lanzamientos más altos con un swing más nivelado, logrando sencillos en lugar de cuadrangulares. (Más allá de perseguir menos, vale la pena señalar que el jardinero central también está balanceándose menos en la zona, pero haciendo más contacto cuando lo hace, otra señal de que la selectividad es intencional).  Cabe señalar que sus tres cuadrangulares no se produjeron con su tradicional swing de golf, sino con lanzamientos erróneos hacia arriba y por encima del plato, objetivos demasiado fáciles de dejar pasar. La clave aquí, por supuesto, es el cambio, o la notable falta del mismo. Golpear la bola suavemente delante del jardinero derecho no era una opción para Bellinger el último par de años, porque había un segunda base de pie delante de ese jardinero derecho. Si está haciendo una elección consciente para hacer más con menos en 2023, siendo más selectivo con sus swings y sólo jalando los lanzamientos que puede conectar, es una opción que no tenía disponible.

En ese sentido, tal vez, esto sea el destino: es difícil cambiar, y es aún más difícil permitir que uno cambie. Es fácil retocar, claro, pero normalmente se hace con el mismo objetivo en mente: ser la mejor versión de uno mismo. Una de las organizaciones más inteligentes del béisbol no supo cómo ayudarle a conseguirlo. Pero es muy posible que la prohibición de los reacomodos defensivos le diera a Bellinger una salida, una oportunidad para juguetear pero con el objetivo de un cambio real no sólo en el enfoque sino en los resultados. Los Cubs y su entrenador de bateo Dustin Kelly trabajaron esta primavera para que Bellinger estuviera “más relajado en la caja”, una frase que, a primera vista, parece patentemente imposible.

Pero la gente puede cambiar. Fred Lynn comenzó su carrera en la misma trayectoria del Salón de la Fama que Bellinger, ganando el MVP en su temporada de novato y liderando la Liga en OPS a los 27 años. También él se desgastó con las lesiones, y su carrera perezosamente se considera una decepción por su comienzo. Pero Lynn se transformó a sí mismo de una manera diferente, convirtiéndose en un bateador de 20 HR de seis hoyos, y fue un bate productivo hasta bien entrados sus 30 años. Bellinger puede que nunca sea la estrella que una vez fue, pero ninguno de nosotros lo es. El truco está en encontrar un lugar donde la gente te permita dejar de intentarlo, y Chicago ha sido exactamente el escenario adecuado hasta ahora.

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