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Image credit: Vincent Carchietta-USA Today Sports

Traducido por José M. Hernández Lagunes

Nada de esto debería haber ocurrido. En cierto sentido, nada nunca debió ocurrir: nos gusta pensar en el tiempo como una rama que mira hacia abajo, como un árbol genealógico, cada decisión y cada casualidad colgando hacia abajo de un único e incansable creador. Pero funciona tan bien, si no es que mejor, apilado hacia arriba. Cada elección se apoya en un trillón de otras elecciones, aplastándolas en la permanencia. Bagwell y Biggio podrían haber bateado mucho en la Serie Mundial de 2005. Brett Wallace y Felipe Paulino podrían haber dado la talla, salvando el puesto de Ed Wade. Jeremy Peña podría haber jalado el bat en su intento de toque mientras el sinker de 95 mph (152 kph) de Clay Holmes se acercaba, buscando sus dedos. Nada de eso ocurrió.

Peña consiguió el toque. José Altuve estaba en primera, representando una carrera aseguradora muy importante en un juego de una carrera en la novena entrada. El lanzamiento fue demasiado adentro para que pudiera abarcarlo, pero Peña lo jaló lo más que pudo, y al final fue suficiente: mientras Holmes corría hacia su derecha para agarrar la pelota, Altuve estaba lo suficientemente lejos como para que una jugada en segunda hubiera requerido un lanzamiento perfecto. El tercera base Donaldson, que había estado jugando pegado a la base, cargó con un poco de retraso; si Peña hubiera podido acercarla a la línea, habría sido un sencillo. Pero un sacrificio sería, si no una alternativa aceptable, al menos una suficiente.

Holmes se esforzó por encontrar la pelota en su guante, dudando al querer lanzarla, permitiendo que el parador en corto cubriera tanto terreno antes de que pudiera soltarla:

Afortunadamente para los Yankees, Holmes lanza con fuerza, y el salto extra que dio para encontrar las costuras le permitió echar todo su cuerpo en el lanzamiento. Se adelantó al corredor por una fracción de segundo. Y entonces empezaron a suceder cosas.

Las piernas de Altuve ya no son lo que eran—alguna vez robó 56 bases en una temporada, pero también es lo suficientemente mayor como para que esas 56 bases superen ahora la producción de cinco equipos enteros—pero sigue siendo más rápido que el corredor de base promedio. E incluso antes de llegar a la segunda, ha apilado otra opción sobre todas las demás. Cruza la segunda sin romper el paso. Nadie está cubriendo la tercera base.

José Treviño lo reconoce, y se echa a correr hacia la bolsa, infructuosamente. Treviño nunca ha sido un corredor de base promedio, e incluso con una ventaja, no hay manera de que pueda vencer a Altuve a la tercera. Josh Donaldson está más cerca, pero está en tierra de nadie, bobeando y mirando la jugada en primera. Ve a Altuve rodeando la base y comienza a retroceder, pero no puede girar y correr a toda velocidad, ya que estaría de espaldas a la jugada que se está desarrollando.

Es un tiro imposible para Rizzo, lanzando con los pies planos mientras trata de llevar a Donaldson al lugar exacto donde el tercera base puede alcanzar y aún hacer la jugada, mientras que también no lo lanza más allá de él a la pared del jardín izquierdo y regalando una carrera. Donaldson se escabulle hacia atrás, leyendo el lanzamiento de Rizzo mientras da pasos cortos, casi galopando como un niño. Recibe la bola baja, y muy por delante de la base, pero está lo mejor colocada posible. Altuve, mientras tanto, ve el intento y redondea su ruta hacia el exterior de la base, esperando estar fuera del alcance del mal posicionado Donaldson.

Todo sucede a la vez. Donaldson como que arremete, mayormente se desploma hacia la base, mientras Altuve corre hacia afuera, esperando engancharlo con su mano izquierda. A pesar de la óptima defensa, el corredor vence al tiro. Pero entonces el peso de todas esas opciones cae en su lugar: apresurado y redirigido, Altuve llega con demasiada fuerza, y es incapaz de sostener la base, deslizándose mientras Donaldson se encuentra con él. El Astro gruñe y se golpea el muslo, arrodillándose en la hierba detrás de la bolsa. Es un doble play del 1 al 3 al 5.

En total: siete segundos que podrían haber cambiado todo, pero que no lo hicieron. Los Astros no necesitaron la carrera extra, y se llevaron el cuarto partido y la serie. Pasó a los libros (o no, dependiendo del nivel técnico de los libros) como un error corriendo las bases sin más, ni siquiera el error más crucial del partido. Por el contrario, fue un mero momento de vergüenza, una rara traición a la humanidad de una máquina imparable como los Astros, la cara impopular de una palabra de moda en el deporte: la analítica.

La analítica no significa casi nada en el béisbol de 2022, un monstruo a sueldo para tener guardadito. Uno de esos muchos terrores es el aumento de la eficiencia despiadada, un concepto tan aplicable a Branch Rickey como a Erik Neander. Todos los deportes han tenido, en un momento u otro, que enfrentarse a la tarea de matar a sus favoritos. En el fútbol americano significa establecer el juego terrestre. En el baloncesto, establecer la ofensiva de media cancha. El ajedrez se pasó un siglo proponiendo y aceptando todas las tácticas imaginables, por sentido del deber, antes de que la gente señalara que en realidad era muy malas ideas. Y el béisbol ha llegado a abandonar algunos de sus propios encantos bobos, como robar a un ritmo del 60%, o dejar que el abridor lance los nueve episodios si se pide con firmeza, o agarrar el bate más arriba para no poncharse.

En Twitter, el jugador retiradoTim Flannery se quejaba: “Felicidades a los Yankees quienes se poncharon 50 veces en 4 partidos. ¿Dime otra vez cómo funciona la analítica? Todo es un engaño y un falso béisbol aburrido”.

El ponche no ha cambiado. Siempre ha sido ligeramente, pero no particularmente, peor que hacer un out poniendo la bola en juego. Lo que cambió es la vergüenza de poncharse. Los jugadores no evitaban abanicar para el tercer strike porque eso maximizaba su producción general al final del año; lo hacían porque no querían que los entrenadores les gritaran cuando se sentaban. (Venga, es un poco más aceptable cuando el lanzador está lanzando bolas rápidas de 95 mph que muerden las manos).

Es comprensible que a Flannery no le guste lo que la analítica ha hecho al juego, en términos de ponches. Han aumentado, y mucha gente piensa que son feos. Pero todo lo que hizo la analítica fue reducir la vergüenza del ponche para igualar su valor real para ganar partidos. Hay ocasiones en las que esta eficiencia despiadada se aplica fuera del ámbito de la victoria, y esas situaciones son ciertamente criticables; también es posible observar lo que el afán por ganar ha hecho al juego y desear que cambie. Pero la analítica, al menos en el juego, es sólo el río. No se puede hacer que deje de correr. Lo único que se puede hacer es cambiar las reglas, redirigir el propio cauce. El agua buscará el camino más recto.

La vergüenza del ponche ha sido desterrada, pero quedan otros focos de resistencia. Uno de ellos es el correr por las bases. En parte debido a nuestra falta de un lenguaje estadístico compartido para registrarlo, y en parte debido a la pequeña e inconsistente muestra, el error corriendo las bases todavía se gana un desprecio desproporcionado. Cada out hecho en las bases es una pérdida inaceptable, cada base extra estirada es un regalo invisible. Al final, seguimos guiándonos en gran medida por el resultado. Si ha funcionado, es una genialidad. Si terminas pegándote por la frustración, eres un tonto.

Cuando Altuve rodeó la segunda, vio una base vacía y, en una fracción de segundo, tomó una decisión. Se necesitó un excelente tiro y una improbable cobertura, así como un deslizamiento incontrolado, para que fuera desafortunado. Pero no estuvo mal, aunque terminara mal. La analítica no consiste en no arriesgarse nunca, sino en intentar tomar decisiones correctas. Altuve hizo una buena apuesta y se fue al traste. Son esas probabilidades, esa toma de decisiones, una de las pequeñas cosas que no aparecen en la pizarra.

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